TÍTULO: CONFESIÓN AURICULAR - FALSA
DOCTRINA
Subtítulo: Se requiere que todos los católicos confiesen
todos sus pecados a un sacerdote humano, creyendo que este es el único camino
al Cielo. Examinamos la Confesión Auricular tanto a la luz de las escrituras Católicas, como de la Santa
Biblia.
DEFINICIONES DE TIPOS DE PECADOS
El catolicismo enseña que hay dos grados de pecado: mortal y venial.
“El pecado mortal es una ofensa grave contra la ley de
Dios: [mientras que] el pecado venial es una ofensa menos seria contra la ley
de Dios” (El Nuevo Catecismo de Saint Joseph Baltimore, 32).
Para un pecado ser mortal, se necesitan tres cosas:
“... primero, el pensamiento, el deseo, la palabra, la
acción o la omisión deben ser seriamente incorrectos o considerados seriamente
incorrectos; en segundo lugar, el pecador debe saber que es seriamente
incorrecto; en tercer lugar, el pecador debe consentir totalmente en ello”
(ibíd., 32).
Para un pecado ser venial, se necesitan dos cosas: “...
primero, cuando el mal cometido no está seriamente incorrecto; en segundo
lugar, cuando el mal cometido está seriamente incorrecto, pero el pecador cree sinceramente
que es sólo ligeramente incorrecto, o no consiente totalmente en ello” (ibíd.,
33).
¡Esta Diferencia es importante para el católico cuándo
está a punto de entrar en el confesionario; una cabina oscura con un lugar para
arrodillarse delante de una ventana cerrada y donde reflexiona sobre sus
pecados hasta que el sacerdote abre la ventana y escucha, mientras el penitente
desahoga sobre él los pecados secretos más asquerosos, más viles, más profundos
y más oscuros de la carne y el corazón! (¡y todo esto en el nombre de Dios!).
El penitente es instruido para confesar todos sus pecados lo mejor que recuerde,
sobre todo el pecado mortal; entonces, como establece el Nuevo Catecismo de Saint
Joseph de Baltimore en la página 146:
“... el pecado mortal... es el mayor de todos los males,
ofende gravemente a Dios, no nos da acceso al cielo, y nos condena para siempre
al Infierno."
En el Catecismo de
Butler, en la página 62, leemos:
“... que todo penitente debería examinarse a sí mismo
sobre los pecados capitales [mortales], y confesarlos todos, sin excepción,
bajo pena de la condenación eterna.”
LOS SACERDOTES PUEDEN ANIMAR A SUS FELIGRESES A PECAR
El pecado mortal no confesado impide al católico recibir
la eucaristía (pg.148). El pecado venial, por otra parte, sólo “merece el
castigo temporal” (pg.147). Tan importante es la diferencia entre el pecado
mortal y venial, que en el Manual de Teología Moral I, por Slater, en las páginas 201 y 202, leemos:
"Si yo (un sacerdote) sé que alguien ha decidido cometer pecado, y no hay
ningún otro modo de prevenirle, puedo inducirle legítimamente a satisfacerse con
una ofensa menos grave a Dios, que la que estaba resuelto a realizar. Y así, si
un hombre estuviera decidido a cometer adulterio, no hago nada moralmente
incorrecto, sino todo lo contrario, persuadiéndole a realizar
fornicación en lugar de adulterar. “¡Entonces, tenemos el espectáculo de
un sacerdote animando a uno de sus feligreses a
pecar!
La Biblia no distingue entre pecados mortales y veniales,
sino que claramente dice, “la paga del pecado es muerte” (no purgatorio o
castigo temporal). La Iglesia Católica enseña que sus sacerdotes (no importa cuán
inmorales o pecadores puedan ser) tienen el poder de perdonar pecados, escuchando
la confesión y concediendo el perdón de ellos como ministros de Dios y en Su
nombre. Se espera que cada católico confiese a un sacerdote cada pensamiento o
hecho impuro, y se acuse ante un sacerdote por CADA PECADO lo mejor que
recuerde. ¿Qué pasa si una persona “a propósito” no dice un pecado mortal en la
confesión?
“Una persona que no ha dicho un pecado mortal en la
confesión, a propósito, debe admitir que ha hecho una mala confesión, decir el
pecado que ha callado, mencionar los sacramentos que ha recibido desde
entonces, y admitir todos los otros pecados mortales que ha cometido desde su
última confesión buena” (Nuevo Catecismo de Saint Joseph de Baltimore, 151).
Después de confesar sus pecados, el católico es instruido
“a contestar sinceramente a cualquier pregunta que
los sacerdotes le pregunten” (pg.157). En la Verdadera Esposa de Cristo, por
"San" Liguori, página 352 leemos:
“Obedezca (al confesor) ciegamente,
es decir sin preguntar motivos. Tenga cuidado, entonces, de nunca examinar las
directrices de su confesor.... En pocas palabras, guarde delante de sus ojos
esta gran regla, que obedeciendo a su confesor usted
obedece a Dios. Fuércese entonces, para obedecerle a pesar de todos sus
miedos, y convénzase de que si usted no le obedece, le será imposible continuar
bien; pero si le obedece puede estar seguro. Pero usted dice, si soy condenado
a consecuencia de obedecer a mi confesor, ¿quién me rescatará del infierno? Esa
es una afirmación imposible" (Énfasis mío).
Esta falsa doctrina
ha causado culpa, vergüenza, miedo, desgracia, inmoralidad sexual e hipocresía
en aquellos que deben participar. La culpa y el miedo ocurren porque una joven
no puede decirle a un hombre cualquiera, las cosas que ella misma no se atreve
a decirle a sus mejores amigos. La vergüenza y la desgracia ocurren si ella
realmente confiesa aquellos pecados secretos. Ha sido reconocido por la Iglesia
el abuso del confesionario que implica a mujeres solteras, engañadas y
espiritualmente débiles: “... Por lo tanto, cuando, hay necesidad de la
Confesión General en el caso de una mujer, el confesor está obligado por
supuesto, a escuchar por igual. Pero se requiere gran precaución, por ejemplo:
En muchos, muchos incidentes en toda la vil historia de
la Confesión Auricular, el sacerdote ha usado el
confesionario para seducir y destruir a mujeres ancianas y jóvenes, casadas y solteras.
Se ha usado el confesionario para buscar al niño más débil, quien entonces se
encuentra controlado y/o molestado por su confesor.
“El antiguo Arzobispo Robert Sánchez dijo que los casos
de abuso sexual de niños en la Archidiócesis de Santa Fe [más de 140 pleitos
fueron archivados contra la archidiócesis] fueron mantenidos en secreto porque
él no sabía que era un delito” (Proclamando el Evangelio, Oct./Dec.1996, 6).
¿Quién conoce mejor cuales niños son la presa más débil y
más fácil, sino el hombre que oye sus pecados secretos? ¡Un sacerdote puede cometer un pecado con uno de sus penitentes y luego
perdonar ese mismo pecado! Sólo escuche esta cita de “Santo” Tomás de
Aquino en su Summa Theologica, Parte III, Número Cuatro, páginas 274 y 276: “...
un sacerdote podría participar en un pecado cometido por sus feligreses, p. ej.
Conocer [carnalmente] a una mujer que es su feligresa... Si de todas formas, él
la absolviera, sería válido.”
Usted podría preguntarse, “¿No rompe el sacerdote su voto
de castidad (este voto, tomado por los miembros, significa la abstención de
relaciones sexuales)?” La respuesta según la Iglesia Católica:
“Se dice que un sacerdote no rompe su “voto de castidad” pecando
contra el sexto mandamiento [la versión católica de los
Diez Mandamientos se diferencia de los
mandamientos de Dios - ver RC108.]" (Explicación de Moralejas católicas,
Stapleton, 149).
¡Aun un sacerdote que se encuentra en un pecado
mortal puede perdonar el pecado en el confesionario! “La Iglesia pide que un sacerdote que exonera
a un penitente debe estar en estado de gracia. Esto no significa, sin embargo,
que un sacerdote en el estado del pecado mortal no poseería el poder de
perdonar pecados o que cuando lo ejerza no será eficaz para el penitente” (Paz
del Alma, Obispo Fulton J. Sheen, 136; 1949; McGraw Hillbook Co. Nueva York).
Entonces permítame tomar esto literalmente. ¡La Iglesia
Católica dice que un sacerdote, culpable de pedofilia, no sólo puede perdonar
los pecados de aquellos que él ha importunado, sino que puede perdonar a otros
también! Estando en pecado mortal, él todavía puede realizar una misa válida,
aunque la iglesia le prohíba a los laicos recibir los sacramentos en un estado
de pecado mortal. El sacerdote probablemente no hizo una confesión buena a su
confesor - o aun más, su confesor era de convicciones morales tan bajas que no
sintió la necesidad de proteger a aquellos niños advirtiéndoles a sus padres o
posiblemente tomando medidas para ver que el sacerdote sea quitado de su
posición de autoridad.
Los testimonios de aquellos corrompidos o profanados por
este llamado "sacramento" se cuentan en millones, y aún ellos alegan:
"la gente no está en ningún peligro posible de engaño" (Catholic
Dict., Addis y
Arnold, 738).
¡La cita anterior es bastante engañosa para el católico promedio,
pero el sacerdote sabe que es una mentira! La siguiente cita lo demuestra. “Aún
el sacerdote, quien es en verdad el médico de las almas, PUEDE CONVERTIRSE
EN SU DESTRUCTOR si no encaja para el
trabajo en el confesionario. Él causaría pecados innumerables, haciendo falsas conciencias,
obligando a la gente a hacer restitución cuando ellos no están claros, negando
la absolución cuando debería darla, concediéndola cuando debería negarla.
Realmente, la Escritura dice: "Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán
en el hoyo” (El Sacerdote, Su Dignidad y Obligaciones, Eudes, 147) (Énfasis
mío).
¡¡ MALA INTERPRETACIÓN DE LAS ESCRITURAS!!
En toda la Biblia, la remisión de pecado y la salvación
están conectadas con la fe en Cristo, en ninguna parte con la absolución
sacerdotal. A fin de apoyar su tribunal sobre la tierra, la Iglesia Católica
deliberadamente mal interpreta a Mateo. 16:19: "Y a ti te daré las llaves
del reino de los cielos; y todo lo que
atares en la tierra será atado en los cielos;
y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos."
El verbo que Jesús usó, tanto en Mateo 16:19 como en
18:18 es tan preciso que nadie que esté familiarizado con la lengua original
creería jamás que cualquier Iglesia o persona dentro de la Iglesia, podría
decidir alguna vez qué pecados debían ser perdonados o a cuáles deberían negársele
el perdón. El verbo es el " pasivo participio perfecto aquí, refiriéndose
a una condición de haber estado ya prohibido o permitido [El Nuevo
Testamento: una Traducción, por Charles B. Williams]
¡Entonces, la Iglesia Católica, que sin duda ha tenido a
traductores de la Biblia experimentados durante los últimos 1,200 años, se
mantiene en condenación por deliberadamente distorsionar la Escritura para
justificar su práctica anti bíblica de la Confesión Auricular!
En primer lugar, “las llaves del reino” se refieren a la
autoridad para proclamar los términos de salvación en Cristo. Esto es el
privilegio y el deber de TODOS los creyentes cristianos. La autoridad para atar
y desatar es antes que nada, la comisión para proclamar el evangelio que libera
a aquellos que lo creen, y consigna a la esclavitud a aquellos que lo rechazan.
La Iglesia Católica interpreta mal este texto a fin de apoyar la práctica de confesar
pecados a un sacerdote. El contexto bíblico claramente indica, sin embargo, que
las palabras de Mateo 16:19, 18:18, y Juan 20:23 no sólo fueron dichas a los
apóstoles sino también a aquellos creyentes que estaban con ellos. Los
ministros cristianos deben predicar el arrepentimiento, pero no se dice nada
sobre escuchar confesiones y la concesión de absolución (el perdón de pecados).
¡LA CONFESIÓN DEBE HACERSE SÓLO AL MISMO DIOS!
“Ahora, pues,
dad gloria a Jehová Dios...” Esdras 10:11
Marcos 2:7 declara, “¿Quién puede perdonar pecados, sino
sólo Dios?” 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
1 Juan 2:1 “y
si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el
justo.
Salmo 32:5
dice: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis
transgresiones a Jehová;Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.”
El Señor mismo dice: “Y nunca más me acordaré de sus
pecados y transgresiones.” (Heb.10:17) En Mateo 18:15-18, se establece el
patrón para tratar con el pecado en la iglesia. Si un hermano peca contra
usted, usted debía ir a aquel hermano y: “... Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele
estando tú y él SOLOS; si te oyere,
has ganado a tu hermano. Más si no te
oyere, toma aún contigo a uno o
dos, para que en boca de dos o tres
testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.” (Énfasis mío).
Esto es algo muy lejano de la Confesión en la Iglesia
Católica. Cuando el hombre en Corinto había cometido fornicación, la iglesia
entera lo supo y lo juzgó; no era “un pecado secreto” (1ra. Corintios 5). Aquel
hombre regreso en lágrimas arrepentido. (2 Cor.2:5-11) nos dice: "Confesaos
vuestras ofensas unos a otros, y orad
unos por otros." (Santiago 5:16). Isa.58:7 dice: “... y no te escondas de tu hermano”, otra vez rechazando
la idea del “pecado secreto”. En el Antiguo testamento el Rey David pecó con la
esposa otro hombre (Betsabé) y luego trató de esconder su pecado enviando a su marido a
las primeras filas en batalla para ser muerto. Pero Dios envió a Natán para declararle
estas palabras:
“Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a
pleno sol.” (2 Sam.12:12)
LA DESTRUCCIÓN DE SUS MUCHACHAS INOCENTES
Pero los sacerdotes de Roma prefieren ocultar la verdad
antes que revelarla.
“Él que se atreve a revelar un pecado que se le ha
confiado al tribunal de penitencia, decretamos que no sólo sea destituido del
oficio sacerdotal sino también relegado a un monasterio en observancia estricta
para que haga penitencia por el resto de su vida” (Cuarto Consejo Luterano,
Canon XXI, como está registrado en Decretos Disciplinarios de los Concilios
generales, Schroeder, 259).
La ilustración anterior es tomada del Catecismo de Saint
Joseph de Baltimore, página 140. Satanás puede ser sutil tratando de infundir
miedo y culpa en un niño en vez de confianza y amor. ¿No habría sido mejor
enseñar a nuestros niños “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna.”? (Jn.3:16)
Como una joven católica que iba cada semana a confesión,
yo puedo decirle por experiencia propia, que el sacerdote nunca recibió de mí
una confesión verdadera, pero aun si yo hubiera creído que había hecho “una buena
confesión”, usted puede estar seguro de que el católico no admite los pecados
de idolatría (postrarse ante imágenes) y blasfemia (dando a María los atributos
que pertenecen sólo a Dios, y adorar una pieza de pan como Dios).
Cuando yo era joven, demasiado como para tener cualquier
pensamiento “impuro”, el miedo de entrar en una cabina oscura para confesar
cualquier cosa, me producía tal pánico que no podía recordar todos mis pecados.
Yo trataba de enlistarlos en mi mente, pero cuando aquella ventana se abría,
me aterrorizaba y olvidaba todas las
cosas que iba a decir. Entonces comenzaba a inventar pecados que no había hecho,
y a olvidar aquellos que hice. Una vez más, la Iglesia Católica era consciente
de este miedo que infundía en los jóvenes, y sus resultados, como lo declara Baron
Van Heensbroech en las páginas 34-39 en su libro, Jesuita Catorce Años:
“El daño hecho tanto a la religión como a la moral por
esta confesión temprana (siete años de edad) es obvia para alguien que no está
cegado por las concepciones dogmáticas y heréticas del Ultra Montanismo... Si el
niño es de una naturaleza delicada y tímida, la confesión se hace un tormento,
una fuente de duda y problemas; de ser más fuerte, el mecanismo de confesión
tiende a destruir la poca delicadeza de conciencia que posee.”
Cuando me convertí en una señorita, y el sacerdote me
preguntaba, “Ha tenido usted algún pensamiento impuro”, yo me sonrojaba de
pensar que podría revelarle a aquel hombre algo tan personal, que ni mi Dios debía
pedirme humillarme de tal forma, entonces yo le mentía al sacerdote y fingía
que los únicos pensamientos impuros que tenía era enojo contra mi santa madre,
fingiendo que era demasiado pura hasta para entender la pregunta. Pero yo sí entendía.
Como una mujer adulta, me negué otra vez a humillarme. Por favor, recuerde que
yo no era una “Protestante”... Yo era una católica devota que estaba en buena posición
con el sacerdote. Enseñé clases de CCD y era bien respetada. Mi rechazo de confesarme
con un sacerdote no era un incidente aislado, ya que muchos de los otros
jóvenes eran tan rebeldes como yo acerca de este asunto. La hipocresía que yo y
muchísimos otros como yo practicábamos, es un resultado muy típico de obligar a
alguien a exponer sus pecados sexuales más secretos. El antiguo sacerdote
católico, Chiniquy, pregunta correctamente:
¿“Cómo puede aquel hombre, cuyo corazón y memoria se convierten
en el embalse de todas las impurezas más grotescas que el mundo ha conocido
alguna vez, ayudar a otros a ser castos y puros?" (El Sacerdote, la Mujer,
y el Confesionario, Chiniquy, 80)
La invención de la confesión auricular ha llenado las mentes de los laicos, de tanto
miedo y ansiedad que es imposible tener la paz total, como lo reconoció Chiniquy:
“Pero no hay ninguna paz posible mientras que el
penitente no está seguro que ha recordado, contado, y confesado cada
pensamiento, palabra y hecho pecaminoso pasado. ¡Sí, es imposible entonces! Es moralmente y físicamente imposible para un alma encontrar la paz por la confesión
auricular. Si la ley que dice a cada pecador: Usted está obligado, bajo pena
de condenación eterna, a recordar todos sus malos pensamientos y admitirlos lo
mejor que recuerde, ¿No es evidentemente una invención
satánica, que debería ser puesta entre las ideas más infames que han
salido alguna vez de la mente de los hombres caídos? Porque ¿quién puede
recordar y contar los pensamientos de una semana, de un día, siquiera de una
hora de esta pecadora vida?... Aunque se le diga al penitente que debe confesar
sus pensamientos lo mejor que recuerde, él nunca, nunca sabrá si ha hecho sus
mejores esfuerzos de recordar todo: temerá constantemente que no haya hecho
todo lo posible por contar y admitirlos correctamente" (el
Sacerdote, la Mujer, y el Confesionario, Chiniquy, 101; énfasis textual
añadido).
Hablé con una muchacha católica, Sharon (todavía católica,
pero no práctica su fe) y ella me dijo del miedo y agonía que el confesionario representaba
para ella. Cuando era muy joven, su familia se preparaba para ir a la iglesia y
había consentido en recibir la eucaristía “como una familia”. Ellos prepararon
a los niños rápido antes de ir a la iglesia (en ese entonces no se permitía
comer algo después de la medianoche a fin de tomar la eucaristía). Sharon estaba
tan hambrienta que disimuladamente comió una pieza del pan y fue a la comunión
de todos modos. Sharon estaba segura que su pecado le garantizaba el infierno y
creía en su corazón que si ella no lo confesaba, seguramente pasaría la
eternidad allí. Cuando llegó el tiempo de la confesión, ella, temiendo al
sacerdote porque él conocía su familia y podía acusarla, rechazó confesarse.
Durante muy largo tiempo ella vivió en el miedo de la condenación eterna, un
pensamiento espantoso y torturador para un adulto, sin mencionar para un niño.
Mike, un ex católico de 20 años, me dijo que él nunca le
confesó todo al sacerdote. Él sentía que “no era de su incumbencia”, una
actitud típica. Mi propio hermano tuvo una experiencia muy triste con la
confesión como joven. A la edad de 17 años, él fue al sacerdote para confesar
que él había “tocado el pecho de una chica”. El sacerdote
rechazó darle la absolución y los dos siguieron discutiendo delante de la
iglesia. Mi hermano le dijo al sacerdote, “Usted no tiene ninguna autoridad para
decirme que mis pecados no pueden ser perdonados”. ¡(Mi hermano, su esposa y
tres niños son salvos ahora y conocen el verdadero perdón de pecados!)
De todos los católicos y ex católicos que he cuestionado,
ninguno de ellos ha sido totalmente honesto con el sacerdote. ¡Sin embargo, en
privado, muchas de aquellas mismas personas clamaron a Dios y le confesaron con
honestidad abierta y lágrimas sinceras! El yugo de
esclavitud que la confesión auricular ha causado es tan pesado,
degradante y humillante que está muy distante de las palabras que nuestro Señor Jesucristo dijo en
Mt.11:28-30:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y
yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”
Chiniquy, en su libro, El Sacerdote, la
Mujer y el Confesionario, página 117, observa:
“Es un hecho público, que ningún Católico culto ha negado
alguna vez, que la confesión auricular se hizo un dogma y práctica obligatoria
de la iglesia sólo en el Concilio Luterano en el año 1215, bajo el Papa Inocencio
III. Ni un solo rastro de la confesión auricular, como dogma, puede ser
encontrado antes de aquel año.”
Chiniquy también comentó: “Sé que los defensores de la
confesión auricular presentan a sus tontos engañados varios pasajes de los
Santo padres, donde se dice que los pecadores iban a aquel sacerdote o aquel
obispo a confesar sus pecados: pero esta es la forma más deshonesta de
presentar aquel hecho – porque es
evidente para todos aquellos que conocen poco la historia de la iglesia de
aquellos tiempos, que eso sólo se refería a las confesiones públicas por
transgresiones públicas a través de la oficina de la penitenciaría... [lo cual]
era esto: En cada gran ciudad, un sacerdote o un ministro era especialmente
designado para presidir las reuniones de iglesia donde los miembros que habían cometido pecados públicos eran obligados a confesarlos
en público ante la asamblea, a fin de ser reintegrados en los privilegios de su
membrecía... esto está perfectamente de acuerdo con lo que San Pablo había
hecho en cuanto al incestuoso de Corinto; aquel pecador escandaloso que había
traído vergüenza diciendo ser cristiano, pero quién, después de confesar y arrepentirse
de sus pecados ante la iglesia, obtuvo su perdón, no de un sacerdote en cuyos
oídos susurrara todos los detalles de su cópula incestuosa, sino de la iglesia
entera reunida... Hay tanta diferencia entre tales confesiones públicas y
auriculares, como la hay entre el cielo y el infierno, entre Dios y su mayor
enemigo, Satanás” (ibíd., 116).
Acerca de las Confesiones de Agustín: “... es vano que
usted busque en aquel libro una sola palabra sobre la confesión auricular.
Aquel libro es un testigo intachable que tanto Agustín como su santa madre Mónica,
que tan a menudo menciona, vivieron y murieron sin haber ido alguna vez a
confesión. Aquel libro puede ser llamado la prueba más aplastante para
demostrar que el dogma de la confesión auricular es un fraude moderno” (El Sacerdote, la Mujer y el
Confesionario, Chiniquy, 114).
En el décimo libro de sus Confesiones, Capítulo III,
Agustín protestó contra la idea que los hombres pudieran hacer algo para curar
al leproso espiritual, o perdonar los pecados de sus hermanos: “¿Qué hago yo
con los hombres que deban oír mis confesiones, como si ellos fueran capaces de
curar mis enfermedades? La raza humana es muy curiosa para conocer la vida de
otra persona, pero muy perezosa para corregirla” (El Sacerdote, la Mujer y
el Confesionario, Chiniquy, 114).
John Chrysostom en su homilía, De Paenitentia,
volumen. IV., Coronel 901, también se pronunció contra la confesión auricular:
“No requerimos que usted vaya a confesar sus pecados a
cualquiera de sus prójimos, sino sólo a Dios... Usted no necesita a ningún
testigo de su confesión. En secreto, reconozca sus pecados, y deje que sólo
Dios le escuche” (El
Sacerdote, la Mujer y el Confesionario, Chiniquy, 114).
San Basil, en su Comentario del Salmos 37 dice: “No he
venido ante el mundo para hacer una confesión con mis labios. Sino que cierro
mis ojos, y confieso mis pecados en el secreto de mi
corazón. Ante ti, oh Dios, desahogo mis suspiros, y solo tú eres el testigo. Mis gemidos están dentro de
mi alma. No hay ninguna necesidad de muchas palabras para confesar: el lamento
y la pena son la mejor confesión. Sí, los lamentos del alma, los cuales te
complace oír, son la mejor confesión” (El Sacerdote, la Mujer y el
Confesionario, Chiniquy, 115).
En un pequeño trabajo de Crisóstomo titulado
Catethesis ad illuminandos, volumen. II., 210,
leemos:
“Lo que deberíamos admirar más, no es que Dios perdona
nuestros pecados, sino que él no los revela a nadie, ni
desea que nosotros lo hagamos tampoco. Lo que él exige de nosotros es que
confesemos nuestras transgresiones solo a él para obtener el perdón.”
DESTRUCCIÓN SATÁNICA A TRAVES DEL CONFESIONARIO
¡La práctica de la confesión auricular se podría
convertir en uno de los “sacramentos” más degradantes que el hombre podría
imaginar! Con libros tales como El Espejo del Clero,
página 357, fue abierta la puerta para que Satanás obrara su destrucción:
“Es necesario que el
confesor conozca todo sobre lo cual tiene que
ejercer su juicio. ¡Permítale entonces, con sabiduría y sutileza, interrogar a los pecadores en los pecados de los
cuales ellos ignoren, u oculten por vergüenza!”
Y Satanás sembró realmente el estrago en el catolicismo,
ya que las abominaciones diarias llegaron a ser problema tal, que hacia el año
1560, Pio IV publicó una Bula por la cual todas las jóvenes y mujeres casadas que
habían sido inducidas al pecado por sus confesores, tenían que denunciarlos por
órdenes de la Iglesia:
“... y un cierto número de altos oficiales de la iglesia
de la Santa Inquisición estaban autorizados a tomar las deposiciones de los penitentes
caídos. La cosa fue, al principio, intentada en Sevilla, una de las ciudades
principales de España. Cuando el edicto fue primero publicado, el número de
mujeres que se sintieron obligadas en su conciencia a ir y deponer contra sus padres
confesores, era tan grande, que aunque hubiera treinta notarios, y muchos
inquisidores para tomar las deposiciones, eran incapaces de hacer el trabajo en
el tiempo designado. Se dieron treinta días más, pero los inquisidores estaban
tan abrumados con las innumerables deposiciones, que se dio otro período de
tiempo de la misma longitud. Pero esto, otra vez, fue encontrado insuficiente.
Al final, se encontró que el número de sacerdotes
que habían destruido la pureza de sus penitentes
era tan grande que era imposible
castigarlos a todos. LA
INVESTIGACIÓN FUE ABANDONADA,
Y LOS CONFESORES CULPABLES PERMANECIERON IMPUNES.
Varias tentativas de la misma naturaleza han sido hechas por otros Papas, pero
con aproximadamente el mismo éxito" (El Sacerdote, la Mujer y el
Confesionario, 43) (Énfasis mío).
¡¿No se parece esto al problema actual, sobre todo con
sacerdotes que han realizado actos homosexuales con jóvenes?!
¡Estas Bulas son un testimonio irrefutable de que la
confesión auricular es una de las invenciones más potentes del diablo para
corromper el corazón, contaminar el cuerpo, y condenar el alma!
¿DE DÓNDE PROVINO LA IDEA DE LA CONFESIÓN AURICULAR?
La práctica de la confesión auricular no está basada en principios
bíblicos, sino más bien en principios paganos. Chiniquy ve las semejanzas de la
confesión auricular a la luz del Romanismo:
“Permita que aquellos que quieren más información sobre
aquel tema lean los poemas de Juvenal, Propertius, y Tibellus. Permítales leer
detenidamente a todos los historiadores de la antigua Roma, y ellos verán el parecido perfecto que existe entre los sacerdotes del Papa y aquellos de Backus, en
referencia a los votos de celibato, los secretos de la confesión auricular, la
celebración de los llamados “misterios sagrados”, y la indecible corrupción
moral de los dos sistemas religiosos. De hecho, cuando uno lee los poemas de
Juvenal, él piensa que tiene ante sí los libros de Den, Liguori, Lebreyne, y Kenric”
(El
Sacerdote, la Mujer y el Confesionario, Chiniquy, 140).
CONFESIÓN DE UNA JOVEN
Chiniquy, como un sacerdote joven, fue encarado con la
corrupción de la confesión auricular. Al inicio de su sacerdocio, tuvo una
experiencia que le cambiaría para siempre. Una joven hermosa entró en su confesionario,
y con lágrimas que corrían por sus mejillas y una voz silenciada por los
sollozos, comenzó a hablar. Su testimonio es como sigue:
“Querido Padre... Soy una gran pecadora desesperada. ¡Oh!
¡Temo que me he perdido! ¡Pero si todavía hay una esperanza para mí de ser
salva, por amor de Dios, no me reproche! Antes de que comience mi confesión, permítame
que le pida no contaminar mis oídos con las preguntas que nuestros confesores acostumbran
poner a sus penitentes femeninas, ya que he sido destruida por aquellas
preguntas. Antes de que tuviera diecisiete años de edad, Dios sabe que Sus
ángeles no son más puros que lo que yo era; pero el capellán del Convento de
monjas donde mis padres me habían enviado para educarme, aunque se acercaba a
la vejez, me puso en el confesionario, una pregunta que al principio no
entendí; pero lamentablemente, él había hecho las mismas preguntas a una de mis
compañeras de clase, quien se burló de ellas en mi presencia, y me las explicó,
ya que ella las entendió bastante bien. Esta primera conversación impura de mi
vida, sumergió mis pensamientos en un mar de iniquidad, hasta entonces
absolutamente desconocido para mí; tentaciones del carácter más humillante me
atacaron durante una semana, día y noche, después de lo cual, pecados que yo
borraría con mi sangre si fuera posible, inundaron mi alma como con un diluvio.
Pero las alegrías del pecador son cortas. Golpeada con el terror de pensar en los
juicios de Dios, después de semanas de llevar la vida más deplorable, determiné
dejar mis pecados y reconciliarme con Dios. Cubierta de vergüenza y temblando
de pies a cabeza, fui para confesarme con mi viejo confesor, que respetaba como
a un santo y apreciaba como un padre. Con lágrimas sinceras de arrepentimiento,
le confesé la mayor parte de mis pecados, aunque yo ocultara uno de ellos, por
vergüenza, y respeto a mi guía espiritual. Pero no le oculté que las preguntas
extrañas que él me había puesto en mi última confesión, eran, junto a la
corrupción natural de mi corazón, la causa principal de mi destrucción. Él me habló
muy amablemente, me animó a luchar contra mis malas inclinaciones, y, al
principio, me dio un consejo muy bueno y amable. Pero cuando pensé que él había
terminado de hablar, y cuando ya me disponía a dejar el confesionario, él me
puso dos nuevas preguntas de tal carácter de contaminación, que temo que ni la
sangre de Cristo, ni todos los fuegos del infierno serían capaces de borrarlos
de mi memoria. Aquellas preguntas han conseguido mi ruina, ellas se han pegado a mi mente como dos flechas
mortales, están día y noche ante mi imaginación, y llenan mis arterias y mis venas
con un veneno mortal. Es verdad que al principio, me llenaron de horror y
repugnancia, ¡Pero qué desgracia! Pronto me acostumbré tanto a ellas que pareció
que se incorporaron a mi, como si se volvieran una segunda naturaleza. Aquellos
pensamientos se han hecho una nueva fuente de pensamientos, deseos y acciones
criminales innumerables. Un mes más tarde, fuimos obligados por las reglas de
nuestro convento a ir y confesarnos, pero para esta ocasión, estaba tan completamente perdida, que ya no me sonrojé con la
idea de confesar mis pecados más vergonzosos a un hombre; era todo lo
contrario. Yo tenía verdadero y diabólico placer al pensar que debía tener una larga
conversación con mi confesor sobre aquellos asuntos, y que él me haría más de
sus preguntas extrañas. ¡De hecho, cuándo yo le había dicho todo sin ruborizarme,
él comenzó a interrogarme, y Dios sabe qué cosas tan corrompidas salieron de
sus labios a mi pobre corazón criminal! Cada una de sus preguntas excitaba mis nervios, y me
llenaban con las sensaciones más vergonzosas. Después de una hora de
esta criminal conversación a solas con mi viejo confesor (porque aquello no era
más que una criminal conversación a solas), percibí que él era tan depravado
como yo. Con algunas palabras encubiertas, él me
hizo una proposición criminal, que acepté con
palabras encubiertas también; y durante más de un año, hemos
vivido juntos en la intimidad más pecadora. Aunque él era mucho más
viejo que yo, le amé del modo más estúpido. Cuando el tiempo de mi educación de
convento terminó, mis padres me llamaron de vuelta a su casa. Yo estaba
realmente contenta del cambio de residencia, ya que comenzaba a cansarme de mi
vida criminal. Mi esperanza consistía en que, bajo la dirección de un mejor
confesor, yo podría reconciliarme con Dios y comenzar una vida cristiana.
Lamentablemente para mí, mi nuevo confesor, que era muy joven, también comenzó
con sus interrogaciones. Él pronto se enamoró de mí, y le amé del modo más
criminal. He hecho con él cosas que espero que usted nunca pida que le revele,
ya que son demasiado monstruosas para ser repetidas por una mujer a un hombre,
hasta en el confesionario. No digo estas cosas para quitar de mis hombros la
responsabilidad de mis iniquidades con este joven confesor, ya que pienso que
he sido más criminal que él. Es mi firme convicción que él era un sacerdote
bueno y santo antes de que me conociera, pero las preguntas que me hizo, y las
respuestas que tuve que darle derritieron su corazón –estoy segura-. Sé que
esto no es una confesión tan detallada como nuestra santa Iglesia requiere que
yo haga, pero he pensado que me es necesario hacerle esta corta historia, de la
vida de la más grande y miserable pecadora que alguna vez le pidió ayudar para
salir de la tumba de sus iniquidades. Esta es la forma en que he vivido estos últimos
años. Pero el sábado pasado, Dios, en su piedad infinita, me miró. Él le
inspiró a darnos al Hijo Pródigo como un modelo de la conversión verdadera, y
como la prueba más maravillosa de la compasión infinita del amado Salvador para
el pecador. He llorado día y noche desde aquel día feliz, cuando me lancé en los
brazos de mi amado Padre misericordioso. Incluso ahora, apenas puedo hablar,
porque mi lamento por mis iniquidades pasadas, y mi alegría que me permiten
bañar los pies del Salvador con lágrimas, es tan grande que mi voz se atasca.
Usted entiende que he dejado para siempre a mi último confesor. Vengo para
pedirle que me haga el favor de recibirme entre su penitentes. ¡Oh! ¡No me rechace,
ni me reproche, en nombre del querido Salvador! ¡No tenga miedo de tener a su
lado tal monstruo de iniquidad! Pero antes de seguir, tengo dos favores que
pedirle. El primero es, que usted nunca hará nada para averiguar mi nombre; el
segundo es, que usted nunca me hará ninguna de aquellas preguntas por las
cuales tantos penitentes están perdidos y tantos sacerdotes destruidos. Dos veces me he perdido
por aquellas preguntas. Venimos a nuestros confesores buscando que ellos lancen sobre nuestras
almas culpables, las aguas puras que fluyen del cielo para purificarnos; pero
en vez de esto, con sus preguntas prohibidas, ellos
vierten aceite en las llamas que ya ardían en nuestros pobres corazones
pecadores.”
Chiniquy no podía conceder su petición de no oír su
confesión y exonerarla de sus pecados porque habría estado yendo en contra de
la doctrina romana. ¡Ella dejó el confesionario en lágrimas, “Oh mi Dios, entonces
estoy perdida, perdida para
siempre!" La joven sufrió un colapso en el suelo, y Chiniquy la
llevó a casa de su padre. Y ella tuvo un sueño:
¡"Oh, no! no era un sueño, era una realidad. Mi
Jesús vino a mí; Él sangraba; Su corona de espinas estaba en Su cabeza, la cruz
pesada magullaba sus hombros. Él me dijo, con una voz tan dulce que ninguna
lengua humana la puede imitar, “he visto tus lágrimas, he oído tu clamor, y conozco
tu amor por Mí; tus pecados son perdonados; sé
valiente; ¡en unos días estarás conmigo!"
Para el próximo mes ella apenas se mantuvo con vida.
¡Chiniquy permaneció a su lado animándola a confesarse, pero en vez de ver a
una joven torturada por la culpa, él vio una
tranquilidad y una paz en ella al exclamar, ¡"Él me ha amado tanto
que murió por mis pecados!" Mientras ella meditaba sobre estas palabras, lágrimas
rodaron por sus mejillas. Chiniquy, sintiendo que su muerte se acercaba, se
arrodilló, y le pidió que dejara su vergüenza y obedeciera la iglesia de Roma y
confesara cada pecado, pero ella, con un aire de dignidad, dijo:
"¿Es verdad que después del pecado de Adán y Eva,
Dios mismo hizo abrigos de pieles, y los vistió para que ellos no pudieran ver la
desnudez del otro? ¿Cómo es posible que nuestros confesores se atrevan a quitarnos
ese santo y divino abrigo de modestia y amor propio?"
Chiniquy vio a la joven morir llena de "la paz de
Dios, que sobrepasa todo el entendimiento". (Filip.4:7) Sus últimas
palabras son verdaderas palabras de sabiduría:
"Le agradezco y lo bendigo a usted, querido padre, por
la parábola del hijo Pródigo, de la cual usted predicó hace un mes. Usted me ha
traído a los pies del querido Salvador; allí he encontrado una paz y una
alegría que supera todo lo que el corazón humano puede sentir; ¡Me he lanzado
en los brazos de mi Padre Celestial, y sé que Él ha aceptado y ha perdonado misericordiosamente
a Su pobre hija pródiga! ¡Oh, veo a los ángeles con sus arpas de oro alrededor
del trono del Cordero! ¿No oye usted la armonía celeste de sus canciones? Voy -
voy para unirme a ellos en la casa de mi Padre. ¡NO ME
PERDERÉ!"
Su testimonio agonizante tocó para siempre a Chiniquy
quién sólo más tarde entendió la paz que la joven muchacha experimentó. Es la
misma paz que he encontrado personalmente en Jesucristo. La paz de saber que su
sangre nos “limpió” de todo pecado" (1 Juan.1:7)
La confesión auricular engendra el tormento y el miedo.
Desde que conocí a nuestro Señor y Salvador y entendí lo
que es el perdón verdadero, ya no vivo en miedo y tormento. Ya no escondo mis
pecados, sino que al contrario, me arrepiento y me alejo de ellos, sabiendo muy
bien que mi Señor y Salvador Jesucristo pagó cada uno de ellos, no sólo los
míos, sino cada pecado de cada persona que ha habitado, o habitará alguna vez
esta tierra. Ningún hombre o institución hecha por hombres pueden arrancar
aquel poder de nuestro Dios. (Rom.8: 38-39) no hay más vergüenza, como la
escritura dice:
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida,
ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar
del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro.”
Rebecca A. Sexton, Antiguos católicos Para Cristo
Verdaderamente, Satanás creó la abominación de la
Confesión Auricular en muchas de sus religiones Paganas a través de la historia
para corromper el alma del pobre pecador, destruir la mente y el alma del
sacerdote genuino, y conducir a todos sus seguidores directamente al Infierno.
¡El catolicismo romano hace todo esto, en nombre de Jesucristo!
¡Oramos para que usted vea la enormidad de esta práctica
pecadora, y vea la pureza de admitir sus pecados más íntimos al Dios Santísimo,
por medio de Jesucristo nuestro Señor! Como citamos anteriormente, estamos
asombrados de que Jesucristo no sólo perdona nuestro pecado, sino que también no
lo hace público para que cada uno pueda ver cuán sucios estamos realmente en
nuestros corazones y mentes.
¡Una vez que usted confía sólo en Jesucristo, tanto para
Perdón de Pecado, como para Confesión del Pecado, usted experimentará “la paz que
sobrepasa todo el entendimiento”, de la que la Biblia tan a menudo habla!
¡Usted también sentirá la bendita seguridad del Espíritu Santo, de que usted ES
salvo y de que está tan seguro del Cielo como si usted ya estuviera allí!
David Bay, Director, Ministerios La Espada del Espíritu
Si usted nunca ha aceptado a Jesucristo como Salvador, pero ha comprendido Su realidad y el Fin de los Tiempos que se acerca, y quiere aceptar Su regalo GRATIS de la Vida Eterna, usted puede hacerlo ahora, en la privacidad de su hogar. Una vez lo acepte a El como Salvador, usted habrá Nacido de Nuevo, y tendrá el Cielo tan seguro como si ya estuviera allí. Entonces, podrá descansar seguro de que el Reino del Anticristo no lo tocará espiritualmente.
Si a usted le gustaría Nacer de Nuevo, vaya ahora a nuestra Página de Salvación .
Esperamos que haya sido bendecido por este ministerio, que busca educar y advertir a las personas, de modo que puedan ver el Nuevo Orden Mundial que está por llegar -el Reino del Anticristo- en sus noticias diarias.
Finalmente, nos encantaría saber de usted. Puede enviarnos un E-Mail a
Dios le bendiga.
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